SEC en los medios

El desarrollo histórico de la materialidad del trabajo y las manifestaciones concretas que toma la lucha feminista

En materia de género, a nivel mundial, nos enfrentamos diariamente a cambios culturales, políticos, ideológicos, discursivos, entre otros. Los análisis de largo plazo del mercado de trabajo nos muestran una creciente incorporación de las mujeres a la actividad laboral: tienden a emparejarse, respecto de los compañeros varones, la proporción de jefas de hogar y la repartición de las tareas domésticas. En todos estos campos, sin embargo, estamos aún lejos de lo que podríamos considerar equitativo o justo: es amplia la literatura que desnuda las brechas salariales, los techos de acceso a cargos de jerarquía para las trabajadoras, una mayor cantidad de horas invertidas por las mismas para las tareas de reproducción en los hogares, e incluso las diferentes formas -físicas y psicológicas- de violencia machista; pero los derechos conquistados por la lucha de las mujeres son contundentes.

Por Erika Marquez* para AN Noticias, 13 de Septiembre de 2017

Desde las sufragistas de principios de siglo XX, al Paro Internacional de Mujeres o el Ni Una Menos local de los últimos años -por sólo mencionar algunos movimientos-, miles de mujeres se han organizado bajo las banderas del feminismo en sus múltiples vertientes, personificando la necesidad de más de la mitad de la población mundial de equiparar sus derechos y posibilidades materiales a la de sus pares varones. Dada la relevancia de estas formas políticas, es importante preguntarnos desde las ciencias sociales a qué se deben estos movimientos, si tienen una razón material de ser, es decir, si hay un contenido económico detrás de estos cambios, y cuál es su potencia histórica en el marco del sistema capitalista.
En este articulo, busco reflejar que, como luchas justas y necesarias, los movimientos de mujeres y sus reivindicaciones requieren de una lectura científica y desprejuiciada con el fin de comprender las potencias que estas luchas poseen.

Entendiendo al capital como nuestra relación social general, se propone una primera aproximación al fenómeno del feminismo mediante el método utilizado por Marx en El Capital. Si, como diría Engels, la libertad es la conciencia de la necesidad, conocer las determinaciones sociales que hacen al feminismo puede permitir a nuestra acción política desenvolverse de forma más libre, y por tanto más potente.

Familia y feudalismo: rastreando los orígenes del patriarcado

Para entender de dónde vienen ciertas expresiones de esta “cultura machista” comenzaré haciendo referencia a ciertos movimientos pre-capitalistas donde regía el patriarcado, tomando algunos aspectos específicos de la Europa feudal. En este apartado no me concentraré en la aristocracia feudal o en la relación de poder y dominación existente entre el señor y el campesino por límites claros de la exposición de este trabajo. Se hará foco en la relación de dominación y sometimiento que ejerce el padre de familia sobre su mujer y sus hijos, típica de las unidades familiares campesinas.
En este periodo, la población se organizaba en aldeas y feudos por región, compuestos por una cantidad de habitantes reducida, lo cual facilitó la organización de la producción en unidades familiares. El señor feudal ordenaba a las aldeas la cantidad que se debía producir para él y, sin importar la forma o los medios, los campesinos debían producir lo que éste decidía de acuerdo con los tiempos estipulados. Los hogares en la aldea estaban conformados por familias extendidas donde quien tomaba las decisiones sobre la totalidad de los miembros era el padre o varón adulto. De modo que la forma que toma esto es la asimilación a la figura del rey hacia el interior de las unidades productivas.
La aldea le debía rendir el tributo al señor feudal que mandaba por el uso y residencia en la región. Esta organización hacia el interior de las unidades productivas no tenía otros fines que cubrir la cuota de bienes al señor y luego producir los bienes de vida necesarios para el consumo social de la aldea. En este tipo particular de estructura jerárquica, el padre planificaba la economía del hogar, organizando la producción de acuerdo a sus necesidades. Es decir, la producción y el consumo social no se realizaban de manera disociadas, sino que existía una unidad.
Sin embargo, a la hora de la participación en el trabajo que se necesitaba para la producción, todos los miembros de la familia entraban en este proceso, desde las mujeres hasta los hijos con la madurez técnica necesaria para ejercer la capacidad de trabajar.
Todos las formas culturales y sociales del patriarcado se expresaban sobre estos vínculos de dependencia personal. Los individuos de la familia no eran libres, se encontraban sometidos bajo el dominio personal directo del padre.
Se trata sin más de la aparición del patriarcado como forma política necesaria para darle curso a esta forma de organización. Esto es, la expresión del padre como organizador de la producción a través de los núcleos familiares.

Determinaciones generales que hacen al individuo en la acumulación de capital

Posteriormente, luego de la disolución de los feudos y la consolidación de la burguesía, la dominación sobre todo individuo de la sociedad por los vínculos de dependencia personal se desvanece. El individuo que le sirvió al señor en la Europa feudal, desposeído de los medios de producción, migra a los extractos urbanos para incorporarse a las fábricas. Comenzaré ilustrando estas transformaciones productivas y por ende sociales, y la forma en que impactan en la subjetividad del ser humano en general. Para eso, es necesaria la reproducción de ciertas determinaciones que hacen al individuo en el modo de producción capitalista.
En esta nueva forma de organización, algunas relaciones de dependencia personal siguen subsistiendo, pero estas dejan de regir en la forma en que se constituye la sociedad. Nos convertimos en individuos libres y como tales –libres de relaciones de dependencia personal y libres de la propiedad de los medios de producción-, nuestra libertad se presenta como la conciencia de las determinaciones propias.
Por la forma privada que toma la organización de la producción, nadie dice exactamente cuánto producir en función de lo que se necesita, sino que, de forma privada, los productores llevan al mercado el producto de su trabajo, esperando que el mismo sea reconocido como socialmente útil. De este modo, se caracteriza por la falta de unidad directa entre producción y consumo sociales, no obstante, la forma que toma su realización es a través del intercambio de equivalentes, es decir, intercambio de mercancías portadoras de valor -producto del trabajo abstracto socialmente necesario realizado de manera privada e independiente-.
La acumulación de capital, como relación social general, para reproducirse a sí mismo, necesita de la producción de más valor constante y continuamente. Este es su movimiento esencial. Actúa como sujeto en tanto pasa a tener una lógica propia de reproducción; pone en marcha valor para realizar más de éste. Éste es el carácter de sujeto de la relación social general en la que nos reproducimos como personas, ya que enajena las potencias individuales del trabajo social para la producción de sí mismo como fin del movimiento, y no tiene como objetivo principal la reproducción biológica o plena del ser humano.
Por su condición de sujeto libre, los productores independientes deben vender su fuerza de trabajo como mercancía y como tal, la fuerza de trabajo porta valor. Estamos hablando del trabajo que produce los medios de vida para la reproducción normal de los trabajadores, teniendo en cuenta el desarrollo productivo del trabajador en cuestión. Durante la jornada laboral, realiza el trabajo necesario para comprar los medios de vida y el resto de la jornada trabaja gratis para el capital. Esto es lo que conocemos como plusvalía, la cual se esconde en el intercambio de equivalentes.
Para poder sostener las demandas de valorización del capital, encontramos la necesidad de producción de la fuerza de trabajo, es decir, la reproducción biológica de la especie humana. Esta actividad está portada en la mujer, dado sus atributos biológicos: “(…) En los albores del capitalismo, cuando la esperanza de vida era muy baja y la mortalidad infantil muy alta, se requería una producción casi constante de hijos a lo largo de la edad reproductiva de la mujer, que la confinaban a la reproducción biológica al interior del hogar, ya que el tiempo de embarazo, de trabajo de parto y otros, en tanto les impedían participar en continuo del proceso productivo, se convertían una traba para la valorización permanente de capital.” (Águila, 2016, p. 31).
Además, el capital necesita que el individuo desarrolle cierta subjetividad productiva determinada, la dominación de ciertos conocimientos –con distintos niveles de complejidad- que luego pueda desplegar en su trabajo individual. Este es el rol fundamental que cumple la mujer para el capital, planificando, organizando y llevando a cabo las tareas necesarias para que el individuo vendedor futuro de la fuerza de trabajo pueda llegar a este proceso en condiciones normales. Desde muy pequeñas nos forman en este sentido, con juguetes que se utilizan para desarrollar alguna clase de tarea doméstica o de cuidado, mientras que los varones juegan con elementos que luego representan sus herramientas en el mercado de trabajo: juegos de mecánica, construcción, planificación. Este papel fundamental que juega la mujer implica la producción de plusvalía futura para el capital.

Entonces, ¿por qué no es reconocido en forma remunerada este trabajo -mental y físico- de la mujer para la producción y reproducción de trabajadores?

El capital necesita que la clase trabajadora se produzca y se reproduzca a sí misma, librado a conciencia y voluntad de cada familia. El trabajo social realizado para los individuos del mismo núcleo familiar se realiza mediante vínculos de dependencia personal. A diferencia de las mercancías, portadoras de valor, este trabajo no se realiza de manera privada e independiente respecto de quién consumirá el producto del mismo, aunque sí es socialmente necesario. De esta forma se mantiene el valor de la fuerza de trabajo, porque de lo contrario, si el capital pagara por ese trabajo, perdería una parte de su actual plusvalía. Por otro lado, el varón adulto de la familia, por ciertos atributos físicos relativos que eran necesarios para la pericia manual en los procesos productivos, era el único vendedor de la fuerza de trabajo. Es así que, el valor de la fuerza de trabajo del varón adulto está determinado por el valor de los bienes necesarios para la reproducción del conjunto de la familia trabajadora.
El hecho de que la mujer realice, generalmente, las tareas reproductivas y de cuidado dentro del hogar manteniendo allí los vínculos de dependencia personal, abarata el valor de la fuerza de trabajo del compañero varón, y, por ende, abarata el costo de reproducción de toda la familia trabajadora. Sin embargo, esto comienza a cambiar con la incorporación paulatina de la mujer al mercado de trabajo debido a cambios en los procesos de producción.

Primera incorporación gradual de la mujer al mercado de trabajo y su expresión política

Teniendo en cuenta el desarrollo que hace Marx en El Capital, en la producción de plusvalía relativa y la cooperación simple, el trabajador pasa de ser individuo aislado operando con la herramienta, a cooperar de manera social, a través de la división del trabajo. La manipulación y el conocimiento de la producción se comienzan a fragmentar. Los atributos que se necesitaban tener para la producción comienzan a ser menores, dada a la división del trabajo, el trabajador sólo realiza una pequeña parte de la producción. Hasta este momento el varón adulto de la familia es el único vendedor de fuerza de trabajo, el resto –mujer e hijos- dependen del varón para reproducirse. Para el estado –entendiendo a este como representante de la relación social general de la acumulación de capital- le daba sólo derechos políticos y se lo consideraba ciudadano sólo al varón adulto.
Durante el avance del desarrollo de las fuerzas productivas, con la incorporación de la división del trabajo en la manufactura, se expresan las primeras entradas en el mercado de trabajo de la mujer. Con la incorporación de línea de montaje en la manufactura y el taylorismo, la especialización en una parte pequeña del trabajo en la producción deja de ser necesaria la fuerza física para la manipulación de los procesos productivos. Entonces van apareciendo las primeras mujeres vendedoras de fuerza de trabajo, las primeras mujeres en las fábricas. Además, otro factor a considerar es que, durante la Segunda Guerra Mundial, los hombres dejaban las fábricas para ir a la guerra y en consecuencia, aquel lugar “libre” fue siendo ocupado por las mujeres. Esto se expresa de una forma clara en la subjetividad de la clase trabajadora: se le concede derechos políticos a la mujer, se la considera ciudadana y se le da el derecho al sufragio. Si bien en siglos anteriores ya se trataba la opresión de la mujer en la literatura y existía la lucha de las mujeres por arrancar las prácticas machistas, violentas y misóginas, el feminismo como movimiento comienza en este periodo. Momento en el que se realizan las primeras organizaciones de mujeres reconocidas bajo este nombre.
A medida en que se va avanzando en los desarrollos tecnológicos, con la incorporación de la maquinaria y la gran industria, la mujer entra masivamente a ser vendedora de la fuerza de trabajo y participa de manera directa en el proceso productivo. La incorporación de la maquinaria revoluciona la materialidad del trabajo, quitando la herramienta de la mano del trabajador y haciendo relativa la fuerza física en el proceso de producción. En este sentido, esta revolución de las fuerzas productivas se expresa directamente en la subjetividad, transforma la conciencia y la voluntad de la mujer y comienza a avanzar en su empoderamiento como vendedora activa de la fuerza de trabajo.
Este movimiento tiene una determinación específica: la fuerza de trabajo de los individuos se empieza a abaratar porque el valor para la reproducción de la familia obrera se empieza a distribuir entre sus integrantes y al mismo tiempo, provoca una liberación mayor de plusvalía, ya que hay una mayor cantidad de obreros y una intensidad de explotación por cada uno.
El lector, siguiendo el curso de la nota, podría pensar que la mujer avanzó en su libertad -como parte de la enajenación- a pasos agigantados, pero esto en realidad no es general y se realiza solo parcialmente. Al incorporarse masivamente la mujer como vendedora de la fuerza de trabajo, esta se vuelve parte de la competencia por la venta de la fuerza de trabajo donde también compite con sus compañeros varones.
Como la producción de fuerza de trabajo se regula automáticamente, sin una planificación consciente, la forma en que se satisface esta necesidad es la producción en exceso de fuerza de trabajo, para que de este modo nunca falte. Al sobrar sistemáticamente la fuerza de trabajo, produciéndose por encima de lo que se consume en la producción social, la misma se vendería por debajo del valor sostenidamente. Los obreros, por su parte, tienen como necesidad inmediata vender su fuerza de trabajo por su valor. Los trabajadores desarrollan esto como personificaciones de su mercancía, tomando la forma de la competencia (sin eliminarla). Es por esto que, con la conciencia y la voluntad enajenada, el machismo y la misoginia se expresan como forma de la competencia, necesaria en la acumulación de capital. Desde los micromachismos hasta las expresiones más violentas, como el control y sometimiento a la pareja, la violencia psicológica y física, finalizando con el femicidio.

Nueva división internacional del trabajo y sus impactos en torno a la mujer

A mediados de los ’70, con la división internacional del trabajo y la fragmentación y deslocalización de los procesos productivos, se da un nuevo salto en el desarrollo de las fuerzas productivas, un salto tecnológico en la producción. Se incorpora al proceso de la maquinaria la automatización y la robotización que produce un avance extraordinario en la productividad del trabajo. Se desarrollan las telecomunicaciones y las nuevas formas de transporte que permiten la segmentación y la relocalización del proceso productivo, distribuyéndose por todo el mundo. Esto expresa un nuevo movimiento en relación al mercado de trabajo a través de las formas que toman los diferentes ámbitos nacionales de la acumulación de capital.
A través de la deslocalización de los procesos productivos, se abre una reestructuración global del trabajo reproductivo: “Esto significa que las mujeres de todo el mundo están siendo <<integradas>> en la economía mundial como productoras de mano de obra no solo a nivel local, sino también para los países industrializados, además de producir mercancías baratas para la exportación global.” (Federici, 2017, p.110). También se manifiesta una emigración importante de mujeres de los países de Latinoamérica, África y Asia a los países donde las mujeres entran al mercado laboral y al no poder cubrir ellas las tareas domésticas y del cuidado, contratan de manera abaratada la fuerza de trabajo de las mujeres inmigrantes, “Tal y como ha observado Cynthia Enloe, con la imposición de políticas económicas que incentivan la inmigración, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial han permitido a los gobiernos de Europa, Estados Unidos y Canadá resolver la crisis del trabajo doméstico que se encuentra en los orígenes del movimiento feminista, y ha <<liberado>> a miles de mujeres solo para que produzcan más trabajo exo-doméstico. El empleo de mujeres filipinas o mexicanas que, por una modesta suma, limpian las casas, crían a los niños, cocinan y cuidan a los mayores, permiten que las mujeres de clase media escapen de un trabajo que ya no quieren o no pueden hacer durante más tiempo, sin reducir simultáneamente su nivel de vida.” (Federici, 2017, p.119). Se van generando así grandes cadenas internacionales del cuidado.
Del mismo modo, se masifica la presencia de las mujeres en el mercado de trabajo, lo cual no quiere decir que se haya equiparado la cantidad de mujeres en el ámbito laboral con las del varón, ya que siguen siendo mayoría en el mercado laboral. Además, que gran parte de la incorporación de las mujeres en este nuevo proceso de trabajo las dejaron designadas en trabajos simples que las condiciones técnicas no permitieron relocalizar, lo cual la diferencia del compañero varón en las brechas salariales. Esta forma tiene un contenido contradictorio ya que la división sexual del trabajo era la que sentaba las bases de la discriminación, estas formas se van borrando a medida que se van a incorporando cada vez más las mujeres al mercado laboral. Este proceso implica un cierto grado progresivo de homogeneización en los atributos productivos, como la igualación en los procesos de escolarización entre mujeres y varones. Pero esta tendencia a eliminar la discriminación no es armónica ni homogénea. Por ejemplo, tanto en las grandes ciudades y en los países clásicos -donde los capitales están más concentrados- empiezan a ser aceptadas de a poco nuevas formas de expresar la sexualidad. En cambio, en los espacios nacionales característicos por una incipiente industria y los pueblos pequeños o ciudades donde se concentra la mayor cantidad de población obrera sobrante, la conciencia sigue siendo reticente. Por lo tanto, hay una asociación entre la acumulación de capital, discriminación y género de la cual dar cuenta.
A su vez, se va a desarrollando un mercado de adopción internacional infantil. Dada a la mayor exigencia en la especialización de los atributos productivos para el trabajo complejo de las mujeres de los Países Clásicos, la clase trabajadora que se especializa en este sentido haciendo carreras universitarias o simplemente dedicándose a perfeccionarse dentro del trabajo, dejan de lado la reproducción biológica de la especie humana. Esto hace aumentar los niveles de adopción, “Hacia finales de los años ’80 se calculaba que cada cuarenta y ocho minutos un niño adoptado entraba a Estados Unidos, y a comienzos de la década de 1990, sólo desde Corea del sur se exportaron 5.700 niños anuales a EE.UU.” (Federici, 2017, p. 120)
Todos estos cambios en torno al mercado de trabajo revolucionan la subjetividad y producen nuevas formas políticas y sociales. Esto trae consigo un impacto en las relaciones de dependencia personal tradicional como la familia, donde las estructuras familiares típicas se comienzan a disolver. La mujer de la clase obrera comienza a adquirir ciertos derechos políticos y económicos que la desligan de la necesidad de la pareja. Se aprueba el divorcio y con ello, aparecen los hijos de padres separados, o las madres o padres solteros, algo que antes no era aceptado en la sociedad. Aparecen más frecuentemente las familias ensambladas, parejas con hijos de otros matrimonios. Los vínculos de dependencia personal comienzan a ser más laxos abiertamente, empiezan a visibilizarse todo tipo de organizaciones y movimientos políticos por los derechos de la sexualidad a lo largo de los distintos ámbitos nacionales.

En conclusión

Estas libertades individuales, mientras que se nos presentan como una diferenciación acelerada, hacen a la formación de un obrero universal. Existen necesidades específicas que construyen al movimiento feminista, la lucha de las mujeres por sus derechos realiza la tendencia -aunque contradictoria- a la universalización de la clase obrera. Es el movimiento que profundiza la “igualdad” y la “libertad” como principios del modo de producción capitalista.
Estas consideraciones tampoco quitan que el proceso de homogeneización de los atributos productivos del ser humano es lento y que queda mucho por hacer. La acción política tiene que ir en ese sentido, a la socialización creciente en los procesos de producción y reproducción de la clase trabajadora, a la universalización de la formación científica de la mujer tanto como la del compañero varón, a la participación política plena de la mujer en la sociedad, entre otras reivindicaciones a llevar a cabo.
Ser parte del movimiento feminista es ponerse la camiseta de un movimiento muy justo y necesario, pero es imprescindible, además, conocer ciertas determinaciones para la organización de la acción política a tomar. Entender que no es anticapitalista -aunque ello no quite que tengamos enemigos enfrente a quienes arrancar conquistas- ni que, solo esta lucha, conlleva a la eliminación de todas las expresiones de discriminación.
Como mujeres de la clase obrera, nuestra pelea no es solo la de clase, el feminismo y la lucha de clases expresan distintas necesidades del capital. Sin embargo, reconocernos como parte de un mismo órgano colectivo, como clase obrera, es necesario para que la acción política no se vea fragmentada y desarrolle así sus potencias.
En conclusión, con la lucha feminista no sólo no contradecimos las necesidades del capital, sino que el desarrollo de su necesidad expande ciertas potencias para nuestra acción política concreta, tomemos partido de estas determinaciones, ganemos nuestros derechos y sigamos con los de toda la clase obrera a tomar en manos nuestro propio destino.

Referencias
Águila, N. (2016). “La determinación familiar del valor de la fuerza de trabajo y las transformaciones en su manifestación concreta”, Economistas Para Qué?, Número 11, pp. 30-36.
Duby, G. (2001). Historia de la vida privada (II) De la Europa Feudal al Renacimiento. Editorial Taurus.
Federici, S. (2017). Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Editorial Traficante de Sueños.
Iñigo Carrera, J. (2003). El Capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia. Imago Mundi, Buenos Aires.
Iñigo Carrera, J. (2004). Trabajo Infantil y Capital. Imago Mundi, Buenos Aires.
Marx, K. (1867). El Capital. Crítica a la Economía Política. Fondo de Cultura Económica, México.

*Estudiante de la Licenciatura en Economía Política de la Universidad Nacional de General Sarmiento; Miembro de la Sociedad de Economía Crítica y del Espacio de Economía Feminista en la SEC.